El día 8 de Agosto abandonamos Marsella y así concluiría nuestra viaje por la Costa Azul francesa, ese día teníamos el vuelo a media tarde así que nos podíamos dar alguna vuelta más por la ciudad. Tras la sorpresita al dejar el hotel con nuestro impuesto por la limpieza de la villa de Marsella dejamos las maletas en la recepción y para no andar dando muchas vueltas fuimos a explorar el barrio donde estaba nuestro hotel Citadines Prado-Castellane que por la rue Roma es una zona también importante de la ciudad.
Recuerdo que había un mercado cruzando toda la avenida donde podías encontrar tanto comestibles como ropa, un mercado muy parecido a los típicos mercadillos españoles que estoy acostumbrado a ver por el centro de España, nada de mercado hippie tipo ibicenco donde nuevos pijos se aventuran a comprar unas gafas Rayban de sol pero de imitación y los muy tontos pagan 90 euros por ellas. Había mucha población árabe e incluso recuerdo ver carnicerias árabes donde no te venden cerdo, un desfile de ropa interior hortera, camisetas falsas de ídolos futbolísticos y olor fresco a fruta, queso y jabones de Marsella. Olvidé donde comimos pero fue por esa zona en algún restaurante y lo hicimos tempranito porque luego en vez de dar vueltas con la maleta para llegar al aeropuerto por la Gare de Sant Charles y tardar la propia vida cogeríamos un taxi y nos plantaríamos en la terminal cutre de los vuelos de low cost del aeropuerto Provence de Marsella. Ese día lo planteamos como un día tranquilo donde nuestro objetivo era llegar a Madrid sin agobios, Fosi al día siguiente trabajaba y yo al llegar a Madrid había quedado con Encarna para ir al Honky Tonk para ver el concierto de mis amigos de 'Hermana Morfina' y tenía el tiempo justo para llegar al evento, no queríamos más estrés del necesario.
Desde el hotel pedimos que llamarán a un taxi y a los 5 minutos lo teníamos en la puerta, lo del taxi también es digno de mencionar porque era un Peugeot viejo que ya quisiera estar mejor que muchos de los coches americanos de los años 50 que todavía se conducen por La Habana y un taxista con una pinta más que sospechosa, fumando, con las ventanas bajadas y por supuesto sin aire acondicionado. El aeropuerto está muy lejos y nos salió la broma por 43 euros que me dolieron en el alma porque encima fue un servicio más que pésimo, mis ganas por llegar a España se incrementaban por momentos. La terminal del aeropuerto ya os conté en otro anterior post era poco menos que un garito tipo Lidl donde no tuve ni reparos a cambiarme de camiseta del sudor que traía del taxi para ponerme otra limpia en pleno pasillo. También nos la liaron en la facturación los de Ryanair porque no podíamos llevar más de 16 Kg de peso en la maleta y tuvimos que abrirlas y meternos cosas en la mochila, la experiencia en ese aeropuerto fue un poco horrorosa pero bueno, el vuelo salió a su hora y en un ratillo aterrizaríamos en Madrid con la visión de que vivimos una buena experiencia y consigo traíamos en nuestras mentes un montón de información y vivencias dignas de recordar donde dos años después todavía me acuerdo y he podido plasmar en este blog.
De todo este periplo por la zona sur de Francia me quedo con un detalle muy importante que me ha servido luego después para ver la dualidad de las cosas y que en esta vida nunca llegaremos a lo más alto pero también es verdad que no estamos ni mucho menos en lo más bajo en cuanto a escalas sociales. Este pensamiento se produjo en el hecho de ver la variedad de escenarios que observamos durante estas vacaciones donde estaba el término medio en Niza donde ni había un lujo exagerado y su población vivía dentro de una relativa calma, luego estaba el despilfarro exacerbado de Cannes y Saint Tropez donde sólo unos pocos podían participar de ese ritmo frenético económicamente y era la eterna 'Dolce Vita' que Marcelo Mastroianni soñaba en el relato de Federico Fellini y por último estaba la gran pobreza que me causó la gran metrópoli que es Marsella, una sorpresa muy desagradable para mi porque estando a apenas una hora y media de Cannes y el propio Saint Tropez eran dos mundos totalmente diferentes con una desigual social bastante preocupante para estar en el mismo territorio. Una experiencia muy gratificante todo este viaje donde por última vez doy las gracias a Fosi y a Carlitos porque realmente me lo pasé muy bien con ellos y espero que no sea la única vez que me de una vuelta por el mítico Cafe Senequier de Saint Tropez, que pise la alfombra del Palacio de Cine del Festival de Cannes y que vaya al mercado de las Flores de Cours Saleya y por la Place Massena de Niza, todos sitios fascinantes de esta bonita zona del Mediterráneo.
De la tranquilidad proletaria de Niza en sus especias.
A los lujosos yates del puerto de Cannes y Saint Tropez.
Y terminando por las obras en pleno centro de Marsella que ni los monumentos se libraban de los graffitis por parte de los gamberros.
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